El contrato de formación en alternancia comprometido con el empleo juvenil
Desde su inicio, la vida es un continuo proceso de aprendizaje en todos los ámbitos.
En el laboral, aunque muy lejos de lo que hoy entendemos por relaciones laborales, ha existido desde muy antiguo la figura del aprendiz. Figura que se consolidó, y en cierta manera se comenzó a regular, con la conformación de los gremios artesanales en la Edad Media.
Desde entonces y hasta ahora, con diferentes matices, la figura del aprendiz ha estado presente en todas etapas de la historia permitiendo a muchas personas adquirir los conocimientos necesarios para el desempeño de un oficio o de una actividad artesanal; o ya más avanzado en el tiempo, ejercer una actividad profesional.
En nuestro país actualmente, el Contrato de Formación en Alternancia es el que establece el marco en el que se desarrolla la relación laboral entre la empresa que contrata y la persona que «trabaja y aprende» . Se trata de un contrato que a lo largo de los años y durante sucesivas regulaciones se ha equiparado en derechos y obligaciones a cualquier otro tipo de contrato previsto por la normativa laboral, por lo que el trabajador/a en formación disfruta plenamente de todos los derechos y garantías sociales.
Un contrato de carácter social
En España, a causa de la elevada tasa de desempleo juvenil que sufrimos, el Contrato de Formación en Alternancia está enfocado fundamentalmente a facilitar el acceso al mercado laboral de los jóvenes y también de las personas con discapacidad, circunstancias estas que le confieren una gran relevancia social. Para facilitar esta importante función social, el legislador ha venido dotando a esta modalidad de contrato de notables beneficios económicos para las empresas que lo utilicen con objeto de incentivar lo máximo posible su uso. De hecho en la actualidad es, sin duda, el contrato más ventajoso para las empresas.
A diferencia de otras iniciativas que abogan por la formación y el empleo de los jóvenes, el Contrato de Formación en Alternancia es una herramienta mucho más eficaz en su propósito de cualificar profesionalmente a las personas, ya que las obligaciones laborales que el trabajador/a adquiere con la firma del contrato, requieren su implicación real en el proceso productivo, lo que en combinación con la formación teórica que recibe, fuerzan y potencian su aprendizaje.
Tal es la importancia de la figura del aprendiz, tanto a nivel social como económico, que en mayor o menor medida podemos encontrar contratos similares en los países de nuestro entorno.
Se trata por tanto de un modelo de contrato imprescindible para el desarrollo personal y profesional de muchos jóvenes y su uso por parte de las empresas revela un verdadero compromiso por el empleo juvenil.
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